miércoles, 30 de octubre de 2013

LA COLIFLOR QUE NADIE QUERÍA


Detesto los outlets. Esas antipáticas y descomunales superficies atestadas de todo aquello que los humanos repudiaron hace meses e incluso años. Allí van a parar toneladas de ropa y trastos inútiles en una especie de repesca; un a ver si a la segunda va la vencida y nos lo quitamos de encima con un pequeño margen de beneficio. Son los repetidores del mundo inanimado; los desechos inertes de la sociedad de consumo y ya es hora de que alguien lo diga, los lugares que más polvo acumulan de todo el planeta tierra. 

En un outlet localizarás esa camisa blanca que aquel día no adquiriste porque estaba manchada de colorete y ya no quedaban más de tu talla. Lo que me hace llegar a una de las cuestiones que más me exaspera del pretaporter: ¿por qué las mujeres maquilladas se prueban continuamente prendas que se introducen por la cabeza?  En los probadores deberían proceder como en las tiendas de porcelana: Lo rompes, lo pagas. Pues Lo manchas, lo pagas o ¡Si lo vas a manchar, a apoquinar! (en plan azulejo desternillante de bar). 

También hallarás pantalones con la cremallera atascada, jerséis con pelotillas, vasos descascarillados, platos derivados de vajillas desestructuradas, cuadros inviables, flores de plástico amarillo, pares de zapatos con distinta numeración, zapatillas sin cordones, tangas morados, sujetadores de nailon, bragas con felpa, blusas sin botones, bolsos de plástico con hebillas plateadas gigantescas y libros de autoayuda en ediciones de bolsillo. Y por mucho que el espacio se asemeje a Rodeo Drive, tropezarás invariablemente con los mismos sobrantes.

Sin embargo, en Stuttgart he encontrado una práctica de outlet que me tiene cautivada. Se emplea en los supermercados; generalmente en los ecológicos. Y es que, entre esa fruta y verdura resplandeciente, rechoncha, fresca y apetitosa, están ellas; esas piezas que acaso recogieron un rayo menos de sol, una gota de más de agua o que recibieron un golpe fortuito durante su período de crecimiento que les hizo perder el fulgor de sus compañeras de plantación. Aquí, en lugar de humillarlas y relegarlas a otros menesteres, las exponen y ofrecen para que cumplan el mismo cometido que el resto: alimentarnos.


Y la encontré; una coliflor marcada por el destino con una etiqueta fosforescente. Como Hester Prynne y su A escarlata. 




Sí, una crucífera como otra cualquiera; con sus betacarotenos, sus folatos, su riboflavina, su Zinc y su hedor al cocinarla pero a la mitad de precio a causa de las marcas que le dejó la tierra que la vio prosperar. La compré; no por su precio, sino porque todos merecemos una segunda oportunidad.

Y una vez más, pienso que los alemanes hacen muchas cosas bien y el outlet frutero es una de ellas.

*Agradezco a Iván Edroso la asistencia en una duda gramatical durante la elaboración de este post.

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