jueves, 2 de enero de 2014

¡FELIZ AÑO NUEVO CON EL GEN VALENCIANO!

Mis queridos lectores, ¡Feliz 2014! O debería decir ¡Felices Fallas! Y es que jamás lo hubiera pensado; ni en la más grotesca de mis fantasías, que los alemanes tenían, como los valencianos, el gen P de pólvora, petardo y pirotecnia.

Una vez más los estereotipos me han jugado una mala pasada. Había escuchado en múltiples ocasiones que los teutones son fríos, apurados a la hora de mostrar sus emociones, poco dados a la algarabía y escuetos a la hora del jolgorio (al menos, dentro de sus fronteras). Pues bien, la noche del 31 de diciembre, me volvieron dejar con la boca abierta por dos motivos: 

1- El asombro que me provocó su manera de festejar la llegada del nuevo año. 
2- Para destaponar mis tímpanos completamente obstruidos después de que Stuttgart tronase tras la cuenta atrás.

Algo presentía los días previos a la nochevieja; la Navidad se había desvanecido de las calles el 26 de diciembre. Los mercadillos navideños, la noria, los tiovivos, los tenderetes de comida y el Glühwein se evaporaron como por arte de magia y la ciudad recobró su aspecto habitual. Ni rastro de villancicos, de espumillón, de Papá Noel, de velas o de bombillas en la calle. Pero de pronto, el día 28, donde antes se ubicaban estanterías abarrotadas de bolas, adornos, belenes y luces necesarias para que la casa pareciera una central eléctrica; ahora se emplazaban mostradores con toda clase de petardos, artificios, explosivos, cargas, dinamita, detonadores, morteretes, cohetes, bombetas, bengalas, tracas, buscapiés, efectos volantes y explosivos suficientes como para abastecer Valencia, Sídney, Río de Janeiro, Japón, Castellón y el Chupinazo de Pamplona durante los próximos 25 años. Y para mí que me quedo corta. Aquí tenéis unas imágenes tomadas en dos perfumerías... Sí, perfumerías; entre Julia Roberts, Charlize Theron y Maybelline.



Desconozco si este fervor por la pólvora se extiende por todo el territorio germano o si es autóctono de Stuttgart, donde sin ninguna duda, ya puedo afirmar que das una patada y brotan miles de maestros pirotécnicos dispuestos a dispararse una Mascletá en cualquier plaza al ritmo de Metallica. 

Me encontraba yo en el salón de mis vecinos adorables. Después de aleccionar a cinco norteamericanos y tres irlandeses sobre cómo se toman las uvas, lo de los cuartos, lo del pie derecho delante, el oro en la copa, las bragas rojas y las maniobras de reanimación en caso de atragantamiento; sintiéndome más dicharachera que nunca y la mar de original por enseñarles a celebrar como es debido y a la española, una noche como aquella en un país tan insulso; cuando de repente, surgió el estallido. 

Miles de personas, convertidos en Hipercohete, Festa i Punt y Don Petardo andantes, se habían lanzado a las calles armadas hasta los dientes de explosivos y fuegos artificiales. Sobra decir que la iglesia que está en el lago de al lado de mi casa se sumó al estruendo general. Y yo desde el balcón, sintiéndome Grace Kelly en el palacio de los Grimaldi, (probablemente con la apariencia del Alcalde de Villar de Río) me rendí ante semejante espectáculo pensando, de nuevo, que estos germanos cada día me sorprenden más y deseando que en algún lugar de la ciudad resonase Paquito el Chocolatero para culminar una noche irrepetible y sorprendente.


Más tarde, presa de la curiosidad descubrí que se le atribuye el primer uso de la pólvora en Europa a un monje franciscano y alquimista alemán, de nombre Berthold Schwarz, y que en 1340 ya existían en Alemania fábricas de pólvora.

Momento culmen en el que Berthold Schwarz descubre la pólvora.

Lo dicho: ¡Feliz año!

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