jueves, 30 de enero de 2014

ÉL VINO A COMPRAR EL VINO. (Dobles 4)

Un día cualquiera, no sabes qué hora es pero se avecina la coyuntura de hacer la compra en un supermercado alemán. En la lista lo básico: que si pan de molde, nocilla y chocolate. Y no es sencillo; hacer la compra en Stuttgart no es tan elemental como pudiera parecer. No dominas las marcas, no sabes si guiarte exclusivamente por la relación cantidad-precio -lo de la calidad se alcanza más tarde-, por el precio o únicamente por la foto del niño y la madre felices. Los titubeos e indecisión aumentan a medida que descubres que aquí no es habitual el servicio a domicilio y que, si no tienes coche -mi caso-, has de tener en cuenta el peso que tu cuerpo es capaz de acarrear hasta casa.  Además, en una ciudad donde la mayoría vive sola y va en bici, todo tiene un volumen reducido; lo que te obliga a volver varias veces durante la semana.

Y estaba yo, resolviendo si llevarme unos huevos ecológicos o normales -la diferencia de precio es abismal-; dilucidando si la leche más desnatada de todas es la de 1,5 % o hay más ligeras y buscando en el diccionario cómo demonios se dice espelta en alemán, cuando un frío glacial recorrió mi espinazo y adiviné una presencia. Algo o alguien atravesaba el pasillo a toda velocidad. Cuando me giré para confirmar qué era aquello, no había un alma. O tal vez sí... 

Presa de la curiosidad, emprendí la búsqueda de lo que había apartado los copos de avena de mi campo de visión. La intuición me llevó a la bodega; esa maravillosa zona en la que se almacenan cientos de vinos. Tintos y blancos, jóvenes o Gran Reserva, con aguja o sin ella, secos y dulces. Allí estaba él. ¿Era carnal o un espectro? 




¡Francisco Umbral, o su doble, o lo que fuera aquella desgarbada figura! Y no habló de ningún libro; vino a comprar vino. Presa de los nervios me agazapé tras un mostrador. Él se percató de mi presencia y comenzó a desplazarse con rapidez. ¡Tenía que fotografiarlo como fuera!








AQUÍ CLARAMENTE ME PILLÓ

Tres empleados de la tienda advirtieron que algo inusual ocurría conmigo. Seguramente sospecharon que mi intención era robar y me abordaron. Yo ya había logrado mi cometido, así que me aferré a la primera botella que se me puso a mano, les di las gracias amablemente y me dirigí a la zona de congelados. A él no le vi marcharse. Nunca más me lo he vuelto a cruzar (Stuttgart es como un pueblo). Al llegar a casa descorché la botella que con las prisas había enganchado. Resultó ser una elección singular, pero el azar es lo que tiene, que es muy socarrón.


Y me bebí el Gorgorito pensando que si es cierto que Umbral recibe a los nuevos con un buen vino, seguramente también lo hacen Frank Sinatra, Cary Grant, John Lennon y Steve Jobs. Me quedo más tranquila.

7 comentarios:

  1. Estas loca Vero! mira que perseguir al pobre Paco por todo el supermercado...

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  2. Me acabas de garantizar unas risas.
    Puedo imaginar la historia.

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  3. Por este parecido había que jugarse el tipo... ¡¡Jajajajajaa!! ¡¡Muchas gracias!!

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  4. Es exacto. Le falla el atueno, tienes que asesorarle. No te lo has vuelto a cruzar porque, cuando te ve, sale corriendo. Ponte en su lugar.

    Gracias, un relato encantador.

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  5. Tienes 16 años? de verdad... vergüenza ajena.

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